¿Cuál fue tu primer acercamiento a la poesía?
No recuerdo exactamente cuál fue mi primer acercamiento a la poesía. Sí tengo la noción de tener ocho años, el deseo de escribir y pensar a la poesía como una construcción de versos que necesariamente tenían que ser rimados. También pienso en mi abuela. En un armario junto a las tazas, ella guardaba hojas donde mi mamá y mi abuelo habían escrito uno o dos poemas y creo que eso fue parte de lo que formó la piedra angular. De poetas clásicos, recuerdo al Neruda de “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” que no me interpeló ni al principio ni nunca, sí encontré cierta ternura en “Los versos del capitán” y, ahora, respondiendo estas preguntas, me vienen a la memoria dos viajes. En el primero, tenía doce años y haciendo la fila para trámites de migraciones, no podía despegar los ojos de una antología de Federico García Lorca. En el segundo, unos tres años después, sentada sobre el equipaje esperando la llegada de un ómnibus, leí “La canción de amor y muerte del alférez Christoph Rilke”, un libro decididamente inolvidable. A partir de ahí, fui descubiendo, afortunadamente pronto, a poetas tan geniales como Girondo, Michaux, Pessoa.
¿A qué poetas volvés una y otra vez y qué encontrás en ellos?
Vuelvo una y otra vez principalmente a Diana Bellessi, Joaquín O. Giannuzzi y Olga Orozco. En Bellessi encuentro la palabra que dice que la poesía es un lenguaje que es diametralmente opuesto a una postura que sostiene que la poesía es para una élite o para “entendidos”. Bellessi tiene la fuerza de una poesía que es tan cercana como una lengua materna.
Vuelvo a Giannuzzi porque las flores, las uvas, los insectos, son en él algo mucho más profundo, vuelvo cuando habla también de las calles, los policías y la ciudad gris. Es una poesía triste la de Giannuzzi porque es reveladora y de las revelaciones, ya sabemos, nunca son las luminosas las que abundan.
Mi amor por Orozco es tan profundo que me cuesta expresar cómo me atraviesa. Es leerla y que se haga piel. Orozco es triste como Giannuzzi, pero es una tristeza femenina que expone completa su vulnerabilidad. Admiro en la poesía, y en las demás expresiones que pidan el cuerpo, la capacidad de decir, el coraje que eso implica, el compromiso de hacer arte desde todas las experiencias de la vida.
¿En qué momentos escribís poesía?
Escribo poesía mayormente por la tarde para disponer de unas cuatro o cinco horas que suelo no ocupar por completo, pero puedo eventualmente llegar a hacerlo. Por eso empiezo a la tarde. Cuando tengo la necesidad de escribir que se siente como una urgencia impostergable, no hay horarios. Llegué a levantarme de madrugada para escribir un poema breve que no me dejaba conciliar el sueño.
Así escribe Luciana Ravazzani
Sé que acá o en los poemas chinos
voy a extrañarte igual
porque todos extrañamos de la misma manera,
hablamos de lo que fuimos,
intentamos no vernos tan diferentes,
el paso del tiempo se desvanece,
viajamos al futuro sin darnos cuenta,
de repente aumenté de peso, fumo,
no pude mantener la rutina
de las cremas antiarrugas,
tu pelo, tus gestos, siguen estando,
no vamos a decir estupideces
como por los viejos tiempos
pero vamos a abrazarnos
y a pasarnos nuestros números de teléfono
para no volver a llamarnos nunca más.
(Del libro Desde las bisagras, Ediciones en danza, 2015)
Luciana Ravazzani nació en Buenos Aires el 31 de mayo de 1981. Es licenciada en Psicología. Publicó los libros de poemas El ombligo de las naranjas (Pánico el Pánico, 2011), Intenciones de hablarte (Pánico el Pánico, 2012), Desde las bisagras (Ediciones en Danza, 2015) y el libro en prosa Recién despierta (Alción, 2017). Participó de la antología de relatos e imágenes 8cho y och8 (Arset ediciones, 2014). Forma parte del colectivo literario Las Claudias con el que publicó el e book Pelos (Outsider, 2015) y Retrato de Claudia Bollini (Unrío ediciones, 2017).