¿Cuál fue tu primer acercamiento a la poesía?
Mi acercamiento a la poesía se dio de grande, digamos, cuando tenía 19, 20 años. Nunca había leído poesía antes, siempre fui (y sigo siendo) un lector de historietas y novelas. Pero el descubrimiento de la poesía me cambió de una manera radical mi idea acerca de la literatura. Fue en el marco de las clases de Teoría y Análisis Literario en la Facultad de Letras de la UBA… Tanta impresión me generó que ahora, ya recibido, trabajo en la misma cátedra problemas de análisis de poesía. Casi un obligado destino circular (Virus dixit).
También, empecé a leer poesía por las fascinaciones que tenía mi primera novia, compañera de cursada. De ahí me llegó el gusto por Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, y más vinculado a la Facultad, Héctor Viel Temperley. Si me pongo a pensar, creo que ahí realmente empezó mi educación sentimental, con todo ese mundo nuevo que se me abrió y en el cual sigo metido.
¿A qué poetas volvés una y otra vez y qué encontrás en ellos?
Héctor Viel Temperley, Vicente Luy, César Vallejo, Oliverio Girondo, Hernán, Osvaldo Vigna. Incluiría a algunos poemas de Borges, sobre todo, los del libro Para las seis cuerdas. Incluiría también a mi último autor de referencia, Martín Gambarotta.
En Temperley encuentro el trabajo con la forma, el espacio, el poema como dibujo, y también un tipo de operaciones que retomo y trato de arreglar según mis propios tonos. El trabajo con el fragmento, también eso me interesa de Temperley.
De Luy, la contundencia, la fuerza, el hecho de confundir al lector u ocasional oyente con respecto a cuál es el centro del poema.
De Vallejo, todo, todo lo que él fue y escribió, pero, aún más, ese verso anotado en el carnet del partido que tenía al momento de morir: “ser poeta hasta dejar de serlo”.
De Girondo, el pulso experimental.
De Hernán, la importancia de la experiencia y el modo en que eso entra, o directamente es, el poema.
De Vigna, el despliegue, tanto del verso como del propio cuerpo a la hora de recitar. También las imágenes que construye: creo que provienen del mismo “universo” al que vuelvo una y otra vez.
De Borges, el trabajo metaliterario.
De Gambarotta, la idea de que el libro es, todavía, el horizonte de referencia de la poesía occidental. Por eso, Punctum.
¿En qué momentos escribís poesía?
Es raro, pero la poesía es un género muy amable para hacer varias cosas a la vez. Y más cuando esas varias cosas tienen que ver con el trabajo. Lo que hago, generalmente, es ir pensando un verso, algo que suelo escuchar proveniente de otra persona, de otro, y ya disponiendo una forma posible. Después, cuando puedo sentarme en algún lado (generalmente, colectivo, tren o subte), saco un cuaderno y escribo todo de golpe. No es que sea parte, precisamente, de la inspiración, sino que el trabajo formal es silencioso y privado: el poema se va armando en silencio. Y después queda en la página.
Siempre es importante publicar, agrego. Tener pensado que el poema va a estar en un libro, y que ese libro va a salir cuando esté terminado, con tiempo. Sin apurarlo, pero sin renunciar a que sea algo concreto. Publicar un poema es lo mejor que me puede pasar: me siento totalmente desligado y listo para escribir otro. En ese sentido, el trabajo más “frente a la computadora” es cuando están todos los poemas escritos, y hay que pensar cómo ordenarlos, en que sección del libro, etcétera. Allí sí hay un trabajo un poco más palpable. Aunque trabajar es otra cosa, por suerte.
Así escribe Fernando Bogado
g.
a Héctor Viel Temperley, que escribió “vengo de comulgar y estoy en éxtasis”.
Vengo de entregarme
y estoy desnudo.
Bajo la sombra de este jazmín paraguayo
voy a dibujar un templo
que tenga de extensión
la longitud de mi brazo.
Bajo la sombra
de este jazmín paraguayo
voy a dormir mi cuerpo:
que toda tu sangre, jazmín, me recorra;
que toda tu sombra:
vine desnudo a entregarme
al Dios de los ejércitos;
vengo de entregarme.
“Aquel que viva en mí”
que se entregue también.
Quiero estar desnudo
como cuerpo sin vida…
Pegado.
Vengo de entregarme, jazmín desnudo,
¿qué más se me va a pedir?
Vengo de rendirme.
(de Jazmín paraguayo. Poesía reunida 2014-2006)
No conviene ser llamado gestor cultural
Hay una parte
de la escritura
que puede confundirse
con una referencia
directa
al acto efectivo
o, incluso,
a la política o lo político.
Generalizar el término
hasta que pierda
impacto:
no es que la política
o la cultura
en sí estén mal
o sean
lo incorrecto.
Es que escribir
no deja espacio
a ninguna otra cosa,
ni a nosotros mismos
y esa pena cotidiana
que la escritura secuestra
y transforma
en algo distinto.
No hay, no debería
haber
una cosa tan oscura
que nos arruine
o nos oculte
o nos palidezca;
pero este no es un mundo ideal y,
si nos fijamos,
está lleno, repleto,
de gestores culturales.
(de El desempleo, a editarse en el 2018)
Fernando Bogado (Buenos Aires, 1984). Escritor, periodista y docente en la carrera de Letras de la UBA. Colabora en Página/12, Le Monde Diplomatique y otros medios gráficos y online. Organiza desde hace seis años el ciclo Tercer Jueves donde se funden la poesía y la música. Produce la columna de libros en Todo Tiene un Límite, programa de FM Blue 100.7. En 2014, Nulú Bonsai publicó Jazmín paraguayo. Poesía 2014-2006, libro que reúne toda su obra poética hasta esa fecha. Se encuentra preparando su próximo libro de poesía, El desempleo. En el corriente año, se editó el primer disco del dúo de poesía y bajo que tiene con Gabriel Cuman, BogadoCuman, intitulado Parciales.