Sigue ahora un ejemplo de lo vacío que estoy. Hace varios años que no he leído una obra literaria. Mi cabeza está llena de piedras y porquerías y cerillas rotas y montones de cristales recogidos por «todas partes». La tarea que me impongo al escribir un libro desde dieciocho puntos de vista diferentes y con otros tantos estilos aparentemente desconocidos o sin descubrir todavía por mis colegas; eso y la naturaleza de la leyenda elegida, bastaría para desequilibrar la mente de cualquiera.
James Joyce
Tengo un montón de problemas con el libro, pero son del tipo de problemas que supongo que tengo que padecer -lo que quiero decir con esto es que me está costando un gran esfuerzo hacerlo todo lo bien que desearía y del modo que yo quiero-, así que pienso que no hay nada que hacer, salvo seguir poniendo mala cara, maldecir, escribir y suprimir, y volver a escribir, y no suprimir, y pensar que tengo que trabajar más duro, y buscar enfurruñadas razones para no trabajar, y pensar que va a resultar mejor de lo que va a ser, y pensar por un instante que mañana o cualquier otro día estaré mejor, y al instante siguiente darse cuenta de que tenía que haberío escrito hace diez años, cuando tenía más material… estupendas, tontas y agudas tonterías mías, que me figuro ayudan a pasar el rato mientras la novela se va haciendo -un poco mejor o peor de lo que debería ser- en alguna medida, en algún momento.
Dashiell Hammett
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Fuente: Marina, José Antonio. De la Válgoma, María (Eds.), La magia de escribir, Plaza y Janés, Madrid, 2010.