Por Georges Perec
Leer es un acto. Quisiera hablar de este acto, y sólo de este acto, de aquello que lo constituye, de aquello que lo rodea, no de aquello que lo produce (la lectura, el texto leído), ni de aquello que lo precede (la escritura y sus opciones, la edición y sus opciones, y la impresión y sus opciones, etcétera), algo así, en síntesis, como una economía de la lectura en sus aspectos ergológicos (fisiología, trabajo muscular) y sociecológicos (su ambientación espaciotemporal).
Hace varias décadas que toda una escuela moderna de la crítica pone el acento, precisamente, en el cómo de la escritura, en el hacer, la “poiesis”. No la mayéutica sagrada, la inspiración tomada de los cabellos, sino el negro sobre el blanco, la textura del texto, la inscripción, el trazo, el pie de la letra, el trabajo minúsculo, la organización espacial de la escritura, sus materiales (la pluma o el pincel, la máquina de escribir), sus soportes (Valmont a la presidenta de Tourvel: “La mesa donde le escribo usted, consagrada por primera vez a este uso, se convierte para mí en el altar sagrado del amor…”), sus códigos (puntuación, sangrías, párrafos, etcétera), su autor (el escritor escribiendo, sus lugares, sus ritmos; los que escriben en café, los que trabajan de noche, los que trabajan al alba, los que trabajan los domingos, etcétera).
Queda por hacer, a mi juicio, un trabajo similar sobre el aspecto eferente de esta producción: el lector haciéndose cargo del texto. No se trata de concentrarse en el mensaje captado sino en la captación del mensaje en su nivel elemental, lo que sucede cuando leemos: los ojos que se posan en las líneas, y su recorrido, y todo lo que acompaña este recorrido: la lectura llevada a lo que es en primer lugar: una actividad precisa del cuerpo, la participación de ciertos músculos, diversas organizaciones posturales, decisiones secuenciales, opciones temporales, todo un conjunto de estrategias insertadas en el continuum de la vida social, y que hacen que no leamos de cualquier manera, ni en cualquier momento, ni en cualquier lugar, aunque leamos cualquier cosa.
(…)
A lo largo de estas páginas, no me interesé en lo que se leía, fuera libro diario o prospecto. Sólo en el hecho de que se leía, en diversos lugares, en diversos momentos. ¿En qué se transforma el texto, qué permanece de él? ¿Cómo se percibe una novela que se extiende entre las estaciones Montgallet y Jacques-Bonsergent? ¿Cómo se opera esta trituración del texto, este hacerse cargo interrumpido por el cuerpo, por los otros, por el tiempo, por las fricciones de la vida colectiva? Son preguntas que me planteo, y no creo que planteárselas sea inútil para un escritor.