Por Sylvia Plath
He sufrido varias frustraciones en mi trabajo, que, pese a tenerlas previstas en abstracto, igual siguen preocupándome, aunque procuro tomármelas con calma. Para empezar, las otras chicas que participan en la hora de prácticas de crítica literaria conocen mucho mejor que yo los distintos períodos de la historia de la literatura y me quedo completamente descolgada cuando tienen que “situar” fragmentos de prosa y poesía de los siglos XVI, XVII y XVIII. Evidentemente, ninguno de los textos seleccionados son de Chaucer, Shakespeare, Milton o los autores rusos, y muy raras veces corresponden a los siglos XIX o XX, de modo que me siento muy ignorante. La única preparación posible para esta clase es ir leyendo muy despacio, como lo estoy haciendo, la poesía de esos siglos. También en las sesiones de “supervisión” sobre el tema de la tragedia, con la misma señorita Burton, me siento terriblemente en desventaja al tener que realizar mis lecturas en un vacío, en cierto modo, sin ningún conocimiento previo… sobre la tragedia del período de la Restauración. Hasta ahora sólo he conseguido redactar un trabajo sobre Corneille que, a pesar de haber leído las obras con mi francés todavía algo oxidado, al parecer juzgó aceptable, aunque no nos ponen notas y sólo comentamos los trabajos con la tutora. Ésas son las dos horas más penosas de la semana para mí… Un estilo de lectura muy lento, para así paliar esta sobrespecialización en exceso prematura, es exactamente lo que confiaba poder hacer aquí, pero a menudo sigue resultándome duro competir con algunas de estas chicas con tanta facilidad de palabra en un terreno en el que mi falta de referencias me pone en desventaja. ¡A veces me entran ganas de cogerlas en falta con alguna referencia a nuestros primeros autores americanos!
Aunque continuase leyendo a diario durante el resto de mi vida, seguiría estando rezagada, de modo que procuro compaginar las clases matinales (que me encantan) y mis lecturas con una cierta vida cultural y social. Sigo considerando infinitamente más importantes las personas que los libros, con lo cual nunca llegaré a ser una erudita. Soy perfectamente consciente de ello y también sé que mi curiosidad intelectual vitalicia jamás podría encontrar satisfacción en la minuciosa acumulación de detalles para una tesis doctoral. Creo que ese tipo de especialización sencillamente no es lo mío. Me gusta leer sobre muchos temas: arte, psicología, filosofía, francés y literatura, y vivir y ver mundo, y conocer a fondo a las personas que lo pueblan y escribir poesías y prosa, en vez de convertirme en una engreída experta sobre algún autor secundario de hace doscientos años, por la mera razón de que todavía nadie haya escrito nada sobre él