Por John Irving
No hay límites para lo que puedas imaginar, pero tienes que hacer la tarea. En otras palabras: si imaginas algo por fuera de tu experiencia, debes hacer el trabajo de ponerte en los zapatos de otra persona, en la cultura de otra persona, en la situación de otra persona. Es muy fácil —yo diría perezoso, pero para ser amable diré fácil— escribir sobre tu propia experiencia: “Escribe sobre lo que sabes”. ¡No, gracias! No creo que mi experiencia sea importante. Todos los grandes escritores del mundo tienen siempre imágenes más allá de sí mismos. Pero hacer eso requiere de mucho tiempo.
(…) Solía sentir pena de mí mismo, porque mis héroes eran todos esos tipos a los que mis amigos consideraban aburridos. “Esos son los libros que te hacen leer en la escuela”, me decían. “Sí”, contestaba yo, “pero fueron los mejores. Todas las cosas modernas son una basura”. En ese entonces pensaba que me había condenado a ser muy impopular por elegir a estos ídolos viejos, pero para cuando estaba escribiendo mi segunda o tercera novela, me di cuenta de la suerte que tuve. Si imitas a un escritor vivo, todos reconocen a quién estás copiando. Simplemente eres otro imitador. Pero si tratas de imitar a un escritor que ha estado muerto por más de 100 años ya es imposible: no puedes sonar igual porque el idioma cambió. Por lo tanto, incluso siendo consciente de que estás imitando a alguien, ¡nadie más lo sabe!
(…) Cuanto más tiempo vives, más pequeño es tu ego. Cuando escribes muy lentamente y reescribes y vuelves a escribir otra vez, ves cuántos errores hiciste la primera vez. Y después de catorce novelas tu ego queda así de chiquito. Acabo de pasar dos años escribiendo el guion para una miniserie de HBO sobre El mundo según Garp. Leer algo que escribiste hace 40 años es… vergonzoso. Ves todos los enredos, todos los errores. Creo que, al igual que los deportes aeróbicos, el ego le pertenece a los jóvenes que no han vivido el tiempo suficiente para reconocer que las malas ideas.