Por Isidoro Blaisten
El lenguaje se reduce a 800 palabras, cuando el diccionario tiene 83 mil. Sin embargo, el lenguaje es el arma más poderosa que inventó la humanidad. Un sí o un no pueden cambiar la realidad. El lenguaje siempre es peligroso y ambiguo. Recuerdo una anécdota del lingüista Roman Jakobson. Una verdulera con fama de mal carácter tenía atemorizados a todos los que la trataban en Praga. Un día, Jakobson la enfrentó gritándole en latín, probablemente le recitó versos de Virgilio. Ella se quedó muda, acaso suponía que ese lenguaje incomprensible tenía más poder que ella. El lenguaje siempre oculta algo. Pero se acude a él porque es lo más cotidiano y lo que aparentemente no tenés que aprender. El lenguaje se empobrece por la devaluación. No vivimos en una isla, aislados de lo que sucede en nuestra sociedad. La palabra se devalúa como la moneda: ya nadie cree en ella.
A mí me fascina lo poético. Un texto me conmueve cuando es atravesado por la poesía, por la que tengo el más profundo de los respetos. Una vez Borges me dijo: “Suena bien, está bien”. Eso me quedó grabado. Suena bien lo que haya escrito Joyce, Arlt o Puig, que para mí es un dios. Boquitas pintadas es una de las grandes novelas argentinas. Puig destruyó la solemnidad y la autocomplacencia. Todo suena bien en él, pese a que es la antítesis de Borges.
1 Comment
Yo sí creo en la palabra. La palabra crea hasta los dioses, ¡imagínate!
La palabra da nombre a la “realidad”, sea cual sea la realidad en la que creas.
Sin la palabra no podrías pensar ni comunicar lo que puedas sentir. Sin ella seríamos nada.
¿Será Dios también una mera palabra? ¿Qué sería de él si no pudiéramos nombrarlo? ¡No sería nada!
Entonces la palabra no se devalúa, simplemente nosotros degradamos nuestra realidad al no tener suficientes vocablos para reflejarla, para nombrarla.
Magda Madero Gámez.